En la tarde de miércoles, Racing igualó en dos tantos frente al Deportivo Madryn, en un partido pendiente de la primera fecha de la Liga del Valle. El encuentro se disputó en la cancha del club Alumni de la ciudad de Puerto Madryn, en donde los aurinegros hicieron las veces de local. El viento frío, la ceniza y hasta alguna gota perdida en la tarde, se llevaban la victoria local cuando Mauro Barone cobró un tiro libre desde el sector izquierdo del ataque que sobró a defensa, compañeros y hasta al propio arquero, y se fue a colar en el fondo de la red. Dos a dos y a casa. Demasiado premio para un partido que por juego debería de haber terminado cero a cero. Antes se había adelantado dos veces en el amrcador el conjunto aurinegro, mientras que el "croto" Morant había igualado de cabeza transitoriamente.
Sin dudas el resultado no es tanto premio para Racing como castigo para un Madryn que pareció conformarse con el dos a uno, replegó todas sus líneas y le cedió el balón a Racing confiando en el hombre de menos de la visita y en la mala tarde de sus jugadores.
En la academia se notó demasiado su dependencia del juego abierto y la extrema confianza en la velocidad de sus delanteros. En la cancha pequeña y de un piso deplorable la pelota viajaba insegura entre las piernas albirrojas, mientras Madryn apostaba al orden y al error rival. Racing iba y se perdía una y otra vez entre piernas propias y ajenas.
Madryn entendió cual iba a ser el destino del partido y obtuvo su premio. Increíblemente abandonó su cometido, presa de la mezquindad y el facilismo. Olvido aquel pequeño e importante detalle de que en toda cancha precaria y con un clima como el de hoy, un gol no es diferencia y que en un segundo el viento, la tierra, el suelo o, simplemente, el destino, nos puede dejar vacios sin siquiera merecerlo.
Por eso cuando el arquerito local masticaba incrédulo la caída a último momento de su arco, me preguntaba si habrá pensado por un instante que todo trelewense que se precie de buen shoteador, ha pasado horas probando entre el viento (a favor y en contra de él) calculando en sus dominios la fuerza y la precisión. La pelota se elevó sin sentido. Nunca eso pudo ser un centro para algún compañero. Sin dudas era un tiro al arco cavilado en largas tardes de desierto, allí mismo en donde crece la meseta y el viento se hace pariente de uno. Parado junto al balón, de frente al arco, midiendo, mientras la tierra duele en los ojos tanto como pica en las rodillas desnudas.
Tal vez por eso me fui reconfortado de la cancha. No tanto por la igualdad de la academia, sino por ese guiño de "maurito" Barone a esos viejos que al costado del área se plantaban en horas invalorables a confesarnos los secretos de esta tierra inhóspita.
(Fuente: Racingdetrelew.tk)
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